Trabajo como vigilante en unas bodegas a las afueras de Santa Marta. Eso prácticamente es un solar enorme y unos hangares en donde hay varios containers de empresas de construcción. Ese solar, en su parte trasera, se encuentra con la línea férrea y a su vez con un caserío que ha crecido mucho en ese sector.
Los turnos de noche a veces los cubro con otro muchacho, sobre todo cuando hay bastante mercancía, ya que un extremo del lote está muy cerca de donde están esas casas. Aunque las personas que viven ahí nunca se han metido con nada de las bodegas, los jefes son muy desconfiados.
Hace unas semanas, en una de esas noches, comenzó a pasar algo extraño. Mi compañero a veces trae un parqués y nos ponemos a jugar para pasar el rato y evitar dormirnos. Eran como la una de la madrugada cuando, de repente, mi compañero pegó un brinco diciendo que algo le había mordido la bota del pantalón. Yo enseguida saqué la linterna y alumbré el suelo, y lo único que vi fue la sombra de algo corriendo como a cinco metros de donde estábamos. Por la forma en que se movía parecía un conejo, fue lo primero que pensé. Pero estando bastante lejos se detuvo y los ojos le brillaron en la oscuridad.
Él me dijo que fuéramos a atraparlo. Al principio le copié la idea, pero luego pensé: ¿por qué razón un conejo iba a llegar hasta donde estábamos dos personas y morder a una de ellas? Eso no tenía sentido. Yo le dije que no me daba buena espina, pero él insistió porque vimos la sombra escabullirse entre unas cajas de madera.
Agarré un pedazo de pala y un reflector grande que teníamos en la garita y lo acompañé. Cuando llegamos a las cajas, empecé a alumbrar. Sí había huellas, pero no parecían de conejo sino de una persona grande. Nos quedamos extrañados, pero no encontramos nada.
La siguiente noche pasó algo parecido. Yo estaba en la entrada haciendo una ronda y mi compañero estaba en la garita sentado en un balde abriendo un portacomidas. Vi que volteó a buscar algo en su bolso y, cuando regresó la mirada, pegó un grito y salió corriendo hacia donde yo estaba. Lo atajé porque venía alterado, con la cara pálida y los ojos desorbitados. Me dijo que alguien le había tumbado la comida. Le pregunté si había sido un animal, pero me respondió que había visto una mano salir de la sombra y botarle el portacomidas al suelo.
Fuimos a revisar y, nuevamente, había huellas de persona que comenzaban ahí pero a los pocos metros desaparecían. Esa vez dimos ronda hasta temprano y cuando amaneció volvimos a revisar, pero no encontramos nada.
Lo peor es que las siguientes noches me tocó solo, porque ya se habían llevado la mayoría de mercancía y nos dividieron los turnos. Generalmente me echo un sueño tipo 4 de la mañana, pero esa noche no pude. Sentía pasos corriendo al fondo del lote. Alumbraba y no veía nada. Volvía a sentarme y otra vez escuchaba pasos. En una de esas prendí los reflectores del fondo y me quedé observando un buen rato, pero no vi nada.
Regresé a la garita, me senté y me estaba quedando dormido cuando sentí que alguien me dio dos toques en el hombro. Medio dormido, pensé que era mi compañero y no le paré atención. Pero me volvieron a tocar, más fuerte. Ahí reaccioné: yo estaba solo. Me levanté de un brinco y escuché, cerca de mi oído, una voz que me dijo “oye, oye”. Lo sentí tan real que hasta el aliento caliente me rozó la cara. Salí corriendo, pero no había nadie. Para rematar, los reflectores estaban apagados.
Lo único que hice fue irme hasta la moto, encender los focos y esperar a que amaneciera.
Días después le conté a mi abuela y ella me dijo que eso parecía brujería. Me recomendó hablar con un señor que sabía de eso. Él me dio dos bolitas de sal y me dijo que, cuando lo que fuera apareciera, le lanzara las bolitas: si era bruja, se me mostraría; si era otra cosa, desaparecería.
Las siguientes noches también me tocó solo porque mi compañero se enfermó. Yo rezaba mucho y aunque sentía cosas, no me molestaban. Lo que más me asustaba era esa voz que aparecía de repente: “oye, oye”. Opté por no prestarle atención.
En la última noche que hice solo escuché algo peor: el llanto de una niña. Busqué por todos lados y no encontré nada. Traté de ignorarlo y me puse a ver videos en el celular. De repente me apagaron el foco y me tiraron el teléfono al suelo. Alcancé a ver una sombra y corrí detrás de ella, lanzando las bolitas. La sombra saltó a un árbol y desapareció.
Cuando regresé a la bodega vi a una mujer recostada contra la pared trasera de la garita. Solo se le veía del cuello para abajo, vestida de blanco, con el vestido sucio y revolcado. No fui capaz de entrar de nuevo.
Después, mi compañero me contó que una vez dejó entrar a una muchacha que pidió usar el baño. La encontró vomitando sangre, hablando incoherencias, y huyó como un animal. Esa muchacha había dejado un bolso detrás de la garita. Cuando lo abrimos, había una lata con un rollo de ropa amarrado con pita roja, una pluma negra, una camiseta de él que se le había perdido y fotos de él y de su hijo.
Mi compañero se persignó varias veces y casi llorando dijo que eso era brujería. Desde entonces, él se enfermó, su relación con la mujer se dañó y siente que alguien se le acuesta al lado cuando duerme.
Quemamos todo lo que había en ese bolso y, desde entonces, dejaron de pasar cosas en la bodega.